“¿Qué ocurrió?”, hubiera deseado preguntar,
pero era una situación un tanto incómoda y suponía que la respuesta sería
demasiado... trágica. Seguramente no la hubiera ofendido ni nada por el estilo,
mas no quise arriesgarme.
- Chère...
- No tiene por qué contarme nada si no
quiere- olvidé tutearla de nuevo, pero no pareció percatarse.
- Venga, te acompañaré a la que será tu
habitación.
- ¿Piensa acogerme de verdad en su morada?
- Mon Dieu! Qu’est-ce que je t’ai dit avant?Tutoie-moi. Ha,
ha!
- Perdón... siempre se me olvida- la típica
sonrisa de haber olvidado algo de poco
valor aparente emergió de mi boca mientras mi vista se deslizaba veloz hacia el
suelo.
Me mordí el labio inferior y volví a
mirarla a los ojos. Sonrió ampliamente y salió por la puerta. No tuve más
remedio que seguirla, no era de mi agrado permanecer en la habitación de una
mujer sin que ésta estuviera a mi lado, y mucho menos con el retrato de dos
difuntos que miraban felizmente e incomodaban sin querer a una recién llegada.
Entramos en la estancia de enfrente. Olía a
rosas. La disposición de los muebles era la misma que la del dormitorio de la
mujer, pero de forma inversa. La ventana
daba también al bosque. La verdad es que el piso de arriba de la casa daba la impresión
de ser muy cuadriculado, pero no importaba, ya que seguía siendo igual de
acogedor.
No obstante, me embargó una extraña
sensación. Noté algo imperceptible en aquel entorno cerrado. La habitación,
aparentemente, no tenía nada más que una cama de sábanas blancas, una mesita
sin nada encima, un voluminoso armario lleno de vestidos de la época que,
casualmente, eran de mi talla y un jarrón lleno de húmedas rosas en la esquina
inferior derecha, la de al lado de la puerta.
Fue algo mágico que jamás olvidaré. Como si
la habitación me lo dijese y me invitase a verlo con mis propios ojos.
Con expresión de asombro anduve hacia
delante y, con la boca abierta y los ojos como platos, abrí el armario de
madrea sin pensármelo dos veces, sin pedir permiso alguno a la madre de la antigua
ocupante de la habitación. Me topé con los preciosos vestidos de vivos colores
que algún día heredaría y, detrás de estos abultados trajes que terminaría
vistiendo, después de apartarlos delicadamente hacia los lados con mis finas
manos, lo vi.
Allí estaba yo, de nuevo, después de tanto
tiempo. Parecía imposible, pero era real. ¿Acaso erraban mis fuentes y
creencias? ¿Resultaría ser incierto? Eso parecía.
Pesaba demasiado para levantarlo a la
primera, así que lo deslicé poco a poco hacia mí. Restalló un poco al rozar con
la madera, pero ambos materiales eran muy resistentes como para haberse
estropeado. Tras esto, pude alzarlo despacio a unos exiguos milímetros de la
madera del armario y con mucho esfuerzo. “¡Puf!” Lo apoyé, dando un fuerte
estrépito, de forma provisional en la pared; hasta que no encontrara el sitio
idóneo, lo dejaría a la derecha del armario.
- Ya está- estaba plenamente satisfecha de
mi ahínco.
Me quedé enfrente del objeto en cuestión y
lo observé con una amplia sonrisa. ¡Cuánto tiempo sin ver uno! Pase las mangas
de mi vestido sobre el frágil y empolvado cristal. “Perfecto”, me dije a mí
misma. De esta manera, mi pálido rostro quedaba plasmado con claridad en aquella
superficie reflectante. Sonreí como nunca.
Ya ni me acordaba de cómo me percibían
físicamente los demás, y ahora reparaba, abstraída por la belleza que de
aquella lámina surgía, mi casi olvidada fisonomía. Era tan hermosa... Llegó a
mi memoria el recuerdo de aquella ocasión en la que mi madre me aconsejó no ser
tan presuntuosa; “Una señorita no presume”, “¡Pero yo aún no soy una señorita!”,
entonces sus carcajadas me hacían la niña más feliz del mundo. Años más tarde
entendí que no debía ir por ahí presumiendo, no era correcto.
Pero ahora no había nadie escuchando, nadie
que pudiera juzgarme, y hacía mucho tiempo que no me miraba en un espejo... Ciertamente
me agradaba mi imagen. Me parecía sensacional, sencillamente sensacional.
Era el reflejo de una buena juventud.
La mujer en cambio, bueno, más bien su reflejo,
era el de una avanzada edad prematura y solitaria... Su reflejo... Aquel
anciano reflejo era...
- ¡¿Eh?!- me alteré de una manera inverosímil
por un hecho del que jamás hubiera creído posible alterarme-. Su reflejo...
Hablé en voz muy baja para que ella no me
escuchara. No quería que se diera cuenta de que yo me había percatado de su
secreto. ¡Pero qué estúpida era! Simplemente bastaba con que utilizara mis
pensamientos para murmurar en silencio, pero en aquel momento no razoné bien.
Comencé
a alterarme de forma inusual. Era como si me bombeara la sangre a mil por hora,
cosa claramente imposible. “No puede estar pasando...” Era improbable, después
de comprobarlo con mis propios ojos, que eso ocurriese. “Creo que me estoy
volviendo loca.” En aquel momento recuerdo que creí deducir por qué la anciana me
había acogido, y recuerdo también el miedo irracional que me entró de repente. “¡No!
¡Basta!”, grité para mis adentros, “Todo esto debe tener una explicación lógica.”
Pero mis ojos no me habían engañado nunca, y no iban a empezar a hacerlo justo
en ese instante.
La mujer no estaba reflejada. ¿Era eso
posible?