sábado, 1 de septiembre de 2012

VI



“¿Qué ocurrió?”, hubiera deseado preguntar, pero era una situación un tanto incómoda y suponía que la respuesta sería demasiado... trágica. Seguramente no la hubiera ofendido ni nada por el estilo, mas no quise arriesgarme.
- Chère...
- No tiene por qué contarme nada si no quiere- olvidé tutearla de nuevo, pero no pareció percatarse.
- Venga, te acompañaré a la que será tu habitación.
- ¿Piensa acogerme de verdad en su morada?
- Mon Dieu! Qu’est-ce que je t’ai dit avant?Tutoie-moi. Ha, ha!
- Perdón... siempre se me olvida- la típica  sonrisa de haber olvidado algo de poco valor aparente emergió de mi boca mientras mi vista se deslizaba veloz hacia el suelo.
Me mordí el labio inferior y volví a mirarla a los ojos. Sonrió ampliamente y salió por la puerta. No tuve más remedio que seguirla, no era de mi agrado permanecer en la habitación de una mujer sin que ésta estuviera a mi lado, y mucho menos con el retrato de dos difuntos que miraban felizmente e incomodaban sin querer a una recién llegada.
Entramos en la estancia de enfrente. Olía a rosas. La disposición de los muebles era la misma que la del dormitorio de la mujer, pero de forma  inversa. La ventana daba también al bosque. La verdad es que el piso de arriba de la casa daba la impresión de ser muy cuadriculado, pero no importaba, ya que seguía siendo igual de acogedor.
No obstante, me embargó una extraña sensación. Noté algo imperceptible en aquel entorno cerrado. La habitación, aparentemente, no tenía nada más que una cama de sábanas blancas, una mesita sin nada encima, un voluminoso armario lleno de vestidos de la época que, casualmente, eran de mi talla y un jarrón lleno de húmedas rosas en la esquina inferior derecha, la de al lado de la puerta.
Fue algo mágico que jamás olvidaré. Como si la habitación me lo dijese y me invitase a verlo con mis propios ojos.
Con expresión de asombro anduve hacia delante y, con la boca abierta y los ojos como platos, abrí el armario de madrea sin pensármelo dos veces, sin pedir permiso alguno a la madre de la antigua ocupante de la habitación. Me topé con los preciosos vestidos de vivos colores que algún día heredaría y, detrás de estos abultados trajes que terminaría vistiendo, después de apartarlos delicadamente hacia los lados con mis finas manos, lo vi.
Allí estaba yo, de nuevo, después de tanto tiempo. Parecía imposible, pero era real. ¿Acaso erraban mis fuentes y creencias? ¿Resultaría ser incierto? Eso parecía.
Pesaba demasiado para levantarlo a la primera, así que lo deslicé poco a poco hacia mí. Restalló un poco al rozar con la madera, pero ambos materiales eran muy resistentes como para haberse estropeado. Tras esto, pude alzarlo despacio a unos exiguos milímetros de la madera del armario y con mucho esfuerzo. “¡Puf!” Lo apoyé, dando un fuerte estrépito, de forma provisional en la pared; hasta que no encontrara el sitio idóneo, lo dejaría a la derecha del armario.
- Ya está- estaba plenamente satisfecha de mi ahínco.
Me quedé enfrente del objeto en cuestión y lo observé con una amplia sonrisa. ¡Cuánto tiempo sin ver uno! Pase las mangas de mi vestido sobre el frágil y empolvado cristal. “Perfecto”, me dije a mí misma. De esta manera, mi pálido rostro quedaba plasmado con claridad en aquella superficie reflectante. Sonreí como nunca.
Ya ni me acordaba de cómo me percibían físicamente los demás, y ahora reparaba, abstraída por la belleza que de aquella lámina surgía, mi casi olvidada fisonomía. Era tan hermosa... Llegó a mi memoria el recuerdo de aquella ocasión en la que mi madre me aconsejó no ser tan presuntuosa; “Una señorita no presume”, “¡Pero yo aún no soy una señorita!”, entonces sus carcajadas me hacían la niña más feliz del mundo. Años más tarde entendí que no debía ir por ahí presumiendo, no era correcto.
Pero ahora no había nadie escuchando, nadie que pudiera juzgarme, y hacía mucho tiempo que no me miraba en un espejo... Ciertamente me agradaba mi imagen. Me parecía sensacional, sencillamente sensacional.
Era el reflejo de una buena juventud.
La mujer en cambio, bueno, más bien su reflejo, era el de una avanzada edad prematura y solitaria... Su reflejo... Aquel anciano reflejo era...
- ¡¿Eh?!- me alteré de una manera inverosímil por un hecho del que jamás hubiera creído posible alterarme-. Su reflejo...
Hablé en voz muy baja para que ella no me escuchara. No quería que se diera cuenta de que yo me había percatado de su secreto. ¡Pero qué estúpida era! Simplemente bastaba con que utilizara mis pensamientos para murmurar en silencio, pero en aquel momento no razoné bien.
 Comencé a alterarme de forma inusual. Era como si me bombeara la sangre a mil por hora, cosa claramente imposible. “No puede estar pasando...” Era improbable, después de comprobarlo con mis propios ojos, que eso ocurriese. “Creo que me estoy volviendo loca.” En aquel momento recuerdo que creí deducir por qué la anciana me había acogido, y recuerdo también el miedo irracional que me entró de repente. “¡No! ¡Basta!”, grité para mis adentros, “Todo esto debe tener una explicación lógica.” Pero mis ojos no me habían engañado nunca, y no iban a empezar a hacerlo justo en ese instante.
La mujer no estaba reflejada. ¿Era eso posible?